PASIÓN POR LA GUITARRA
La noche cae en la ciudad y de a poco llegan
los artistas a la tradicional esquina de Santa Elena y Sucre, para ofrecer sus
melodías en serenata, con sus guitarras y maracas al viento en el punto de
partida de la bohemia porteña.
Como hace décadas, Próspero Herrera, Vicente Muñoz, Alberto Castillo, Eduardo Egas y otros se apuestan en la también popularmente llamada “lagartera”, donde cada noche acuden, principalmente, parejas de enamorados a solicitar los servicios de los músicos nacionales.
El rostro de Alberto Castillo, de más
de 50 años, deja ver las ojeras y arrugas por los 26 años de trasnoches en esta
esquina, donde con sus compañeros hicieron de este oficio su forma de vida.
“Aquí estamos resistiendo para que esto no muera”, exclama el guitarrista, sentado en una vieja silla plástica, mientras espera que la fría noche se caliente con la presencia de los clientes.
“Aquí estamos resistiendo para que esto no muera”, exclama el guitarrista, sentado en una vieja silla plástica, mientras espera que la fría noche se caliente con la presencia de los clientes.
A pocos pasos, junto a un poste, los
estuches guardan las guitarras que entonan las manos de Vicente Muñoz y Eduardo
Egas, hace más de 30 y 25 años, en su orden.
Más atrás, con un saco multicolor, al igual que sus colegas, está
Próspero Herrera, deja de merendar para atender al conductor de una camioneta
que se ha estacionado a preguntar cuánto le costaría llevar una serenata a sus
padres que estaban de cumpleaños. El arreglo finalmente no se concretó.
Para ellos, ahora el negocio no anda bien, pues son pocas las personas que los contratan, esto por cuanto cada día la competencia es mucho más intensa.
El tiempo ha pasado y también el costo de la hora por cantar pasillos y otros ritmos de corte nacional, según Alberto, quien revela que el repertorio se lo ofrece por 100 dólares y se lo puede cerrar en 60 dólares.
Para ellos, ahora el negocio no anda bien, pues son pocas las personas que los contratan, esto por cuanto cada día la competencia es mucho más intensa.
El tiempo ha pasado y también el costo de la hora por cantar pasillos y otros ritmos de corte nacional, según Alberto, quien revela que el repertorio se lo ofrece por 100 dólares y se lo puede cerrar en 60 dólares.
“Hay personas que no quieren pagar más y por eso debemos bajar el costo,
para que por lo menos cada uno reciba algo”, dice Vicente, quien desde niño
llegó de la península de Santa Elena y se instaló en esta urbe con su voz y su
guitarra.
Con nostalgia, Castillo cuenta que quedan pocos “compañeros” en este oficio, y ahora “venimos entre ocho y diez”, porque algunos se han ido tres cuadras antes a Santa Elena y Luque, punto al que consideran la “competencia”.
Con nostalgia, Castillo cuenta que quedan pocos “compañeros” en este oficio, y ahora “venimos entre ocho y diez”, porque algunos se han ido tres cuadras antes a Santa Elena y Luque, punto al que consideran la “competencia”.